Maurits Cornelis Escher (1898-1972) fue un grabador holandés cuya obra se sitúa a caballo entre la geometría y el arte.
Hermano de un geólogo y apasionado de la arquitectura, la matemática y la cristalografía experimentó en sus trabajos con la perspectiva (algo que no se hacía desde el Renacimiento) para crear sorprendentes ilusiones proprio marte (de propio ingenio, sin ayuda ajena).
Una visita a La Alambra en 1935 imprimió un giro en su pensamiento visual. Los complejos diseños geométricos de su decoración, la cerámica decorativa y la lacería hicieron que Escher se cuestionase la esencia de la realidad: “Ninguno de nosotros necesita dudar de la existencia de un espacio subjetivo irreal. Pero, personalmente, no estoy seguro de la existencia de un espacio objetivo real”.
En ese momento su mundo gráfico trata de representar la simultaneidad y dualidad de la realidad a través de las figuras y los vacíos entre ellas, que dibujan a su vez otras figuras.